VISIÓN SANTALUCIANA

"Al 2017 seremos una Institución Educativa líder, formadora de adolescentes y jóvenes con base científico-humanista, que aprendan permanentemente, asumiendo decisiones autónomas, mediante una cultura de prevención y práctica de valores, conscientes de su responsabilidad personal, social y ambiental y contribuyendo al desarrollo humano sostenible de su comunidad local, regional y nacional"

martes, 10 de octubre de 2017

NÚMEROS Y LETRAS: RELEVANCIA DE UNA EVALUACIÓN

Por José García Minguillo

Al oficializarse el Currículo Nacional[1], la evaluación a partir del 2017 generaliza la escala de calificación literal AD, A, B y C utilizada en Inicial, Primaria (en Secundaria se emplea desde el 2005 para evaluar el comportamiento). Esto significa que los docentes de Secundaria, describiremos en términos cualitativos el progreso de los estudiantes en el desarrollo de las competencias, en base al análisis de sus evidencias de desempeño respecto de los estándares de aprendizaje de una competencia determinada y finalmente describir el nivel alcanzado.

Oficialmente se sustenta que la evaluación literal no es novedosa y que seguir con números es avalar un sistema al cual todos criticamos, lógicamente con responsabilidades centradas en diversos actores, según la posición de quien critica. Lo cierto es que internacionalmente la rigurosidad de las calificaciones numéricas ha ido en descrédito, tanto por su falta de objetividad (no reflejan los aprendizajes logrados), por no generar motivación intrínseca del estudiante, y por ser pobres comunicadores de lo que aprende o no un estudiante (Crouch, 2013). No podemos negar que los calificativos motivan el copiado, intoxican la relación docente-alumno pues al jerarquizarlos unos quedan como sobresalientes y otros como retrasados, y nos envuelven en una suerte de entrenamientos para exámenes. Muchos talentos en diversas disciplinas se pierden bajo estas premisas (Trahtemberg, 2016).

El Bachillerato Peruano (1999-2001), y el inicio de la calificación literal en la Primaria por aquellos años, generaron involuntariamente dos prácticas evaluadoras: docentes utilizando una escala vigesimal que luego trasladaron mecánicamente a la escala literal; y el empleo de subcalificaciones (A+ ó A-). La intención pedagógica real, era involucrar al docente en el perfeccionamiento de sus prácticas evaluativas para implementar positivamente la calificación literal, a partir de indicadores de desempeño de competencias curriculares. Esto último, es el camino ideal y vigente.

Sin embargo, mientras los docentes de Secundaria transitamos este camino hacia el 2018, la reflexión no debe centrarse en el efecto socioemocional de los colores de las calificaciones, o en la penosa aceptación que nuestros estudiantes solo nos escuchan por el temor a la desaprobación. El centro del debate debe orientarse a conocer cómo es cada estudiante, cómo aprende (estilos y ritmos) y solo entonces escogeremos las estrategias que lograrán que se interese, comprenda y aprenda.

En los hechos, es la metaevaluación y la reinvención de nuestra práctica de calificación, lo que mejorará el proceso educativo, y esto implica entender que la evaluación por competencias no es promedial, sino por indicadores y niveles de logro, además de posibilitar retroalimentación oportuna y asertiva a nuestros estudiantes, sobre sus logros y aspectos a mejorar. En suma, evaluar por competencias es valorar el desempeño de los estudiantes en la realización de actividades curriculares, en la resolución de problemas del contexto social y temas investigativos, considerando el saber ser, el saber conocer, el saber hacer y el saber convivir (Tobón, Pimienta & García, 2010).

Un segundo reto es valorar el esfuerzo de los estudiantes, no solo el resultado, para que nadie sienta desvalorado y ponga empeño en las capacidades que le resulten complicadas. Finalmente tendremos que clarificar estos conceptos en la mente de nuestros estudiantes, padres y madres de familia, para que el cambio de números a letras sea significativo y relevante.

Referencias:
Crouch, C., (2013). Grades Do More Harm Than Good. The Huffington Post. Revisado el 29 de octubre del 2016. Recuperado de http://www.huffingtonpost.com/chris-crouch/grades-do-more-harm-than-_b_4190907.html

Tobón, S. Pimienta, J., y García, J., (2010). Secuencias didácticas: aprendizaje y evaluación de competencias. Naucalpan de Juárez, México: Pearson Educación de México. Recuperado de http://148.208.122.79/mcpd/descargas/Materiales_de_apoyo_3/Tob%C3%B3n_secuecias%20didacticas.pdf.

Trahtemberg, L., (2016). Razones para no usar notas. León Trahtemberg. Revisado el 28 de octubre del 2016, Recuperado de http://www.trahtemberg.com/articulos/2742-razones-para-no-usar-notas.html.

[1] Resolución Ministerial 281-2016-MINEDU.

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